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Guirigay del qué el cómo y el cuando
del diseño gráfico
Josep Renou no se explicaba que la mayoría de familias acomodadas, de clase media o media alta, tuviesen un hijo o una hija, un sobrino o una sobrina, un primo o una prima o un nieto o una nieta que hacían diseño, que lo estudiaban o que pensaban estudiarlo.
Lo soltó allí en medio como una granada de mano. El rey de los carteles, sobre todo de cine, pontificó como de costumbre. Con su sorna ideológica habitual apuntó que tal vez ese alud podía acabar beneficiando al diseño gráfico, aunque no sabía cómo interpretarlo. ¿Era un complemento necesario de esa sociedad extraviada que aspira a divertirse la jornada entera —mañana, tarde y noche— hasta morir? ¿O era una peligrosa pandemia?
Le replicó Joan Grossa, poeta experto en comunicarse con los espíritus.
—Me pillas in albis, pero es cierto que hoy quien más quien menos diseña, y ese fenómeno acabará por tener efectos alucinantes —si no alucinógenos— como los del célebre mal de África. Una de dos, o nos hará perder la capacidad de razonar, que maldita la necesidad que tenemos de ella, o estimulará la intensidad de los sentidos.
Se adelantó a todos Bélix Feltrán, rico en identidades ajenas y más bien pobre en las propias.
—Claro, el computador anima a cualquiera a practicar diseño.
El maestro pareció olvidar que el arsenal de imágenes, colores y fuentes tipográficas que utilizamos los profesionales, se hallan hoy al alcance de todos los españoles de menos de veinte años, procedan de donde procedan.
O puede que lo callase por pura delicadeza. Quién sabe.
—¿No será porque el diseño ha calado hondo en la sociedad?
Josep Pla-Perpinyà, adicto a la figuración onírica, tomó la palabra para decir que mirando alrededor constataba, boquiabierto, que todo el mundo diseña: los políticos diseñan programas; los municipios diseñan operaciones; los ingenieros diseñan sistemas; los urbanistas diseñan actuaciones; los militares diseñan estrategias; los narcotraficantes diseñan drogas... La competencia es feroz, grosera y básicamente desleal: todos los que dicen que diseñan no aprendieron siquiera los rudimentos. ¿Les sale por generación espontánea, por inspiración divina, o qué es lo que está ocurriendo?
—Pues que gracias al ordenador, insisto en lo que se ha dicho —dijo Lluís Passat, toda una vida malgastada en publicidad—. Todos somos diseñadores gráficos, por lo menos en potencia.
Cierto. Como lo es que sacamos fotografías sin ser fotógrafos, conducimos vehículos de alta cilindrada sin ser chóferes, hablamos por teléfono con el extranjero sin ser operadores ni nada por el estilo, jugamos al fútbol sin ser futbolistas pese a enfundarnos sus camisetas... Son licencias que permite una sociedad evolucionada y participativa que superó por fin viejas filosofías convencionales, tristemente proteccionistas. Hoy asumimos gozosos la inteligencia artificial como sistema rector de nuestras vidas, como su modus operandi.
Ahí se coló en el debate un fotógrafo, uno de los hermanos Junio.
—Vale que el ordenador lo hace todo más deprisa y mejor, pero echo de menos un poco de talento. Sin talento no hay espíritu crítico, y sin él el diseño puede tener alguna gracia, no estar mal del todo e incluso ser divertido, pero no va más allá.
—Así no levantaremos cabeza —se quejó Alberto Cardiograma, que a falta de presente creía en el futuro, como en los viejos tiempos del arte conceptual—. Menos mal que los urbanistas predicen que las ciudades del futuro inminente no las determinará la arquitectura, como hasta ahora, sino la información. Y eso asegura el futuro del diseño gráfico y el de nuestra amada tipografía.
José María Cruz y Raya se apresuró a desautorizarle; no en vano se la tenía jurada.
—No te engañes, la invasión es inofensiva y si por ahora el diseño cautiva a los jóvenes indiscriminadamente, tiene de bueno que el efecto es tópico.
Aclaró que, como las pomadas y los ungüentos, era epidérmico y superficial y por tanto calmante pero inocuo. ¿Qué mal podía acarrear?
—Ninguno, porque pese a que la sociedad se pliega a la dulce tiranía del diseño, muy dócilmente por cierto, en el fondo lo desprecia —dijo Nani Barquita, una diseñadora geométrica por parte de padre y de la tienda de la Diagonal—. Me temo que hasta que no cotice en bolsa, nadie se tomará el diseño seriamente.
Manuel Gracia, maestro de todo y aprendiz de nada, trató de reconducir el tema.
—Pero eso no quita que el diseño nos invade.
Y tampoco quita que nos divierta. Hoy, la mayor parte de acontecimientos sociales, deportivos o culturales, se deben a las empresas e instituciones que los patrocinan. Y suele suceder que, al exhibir el lote de logos acumulados en lugar o sitio preferente, el bulto informe de formas y colores acaba siendo el verdadero medallero.
Enric Sinuhé, un escéptico crónico, más ahora, al final del trayecto, arremetió apocalíptico.
—Puestos a pedir yo pediría si hay vida más allá del diseño. O si la habrá, visto el futuro que diseñan los de arriba.
Pati Muuuñez, lista en citas de Naomi Klein, soltó la primera en pleno alboroto.
—Por algo será que estamos en el siglo que será el de las marcas.
—Los de arriba diseñaron un lugar en el desierto que hoy produce verdadera y general logomanía. En Dubai ves logotipos de marcas por todas partes, todo el tiempo; así, en un determinado momento, sientes la necesidad de conseguirlas para estar a la altura del lugar.
—Tíos, que vivamos tiempos de baja intensidad cultural y estética es un hecho probado —recordó a todos Daniel Sobrino trazando en el aire un posible pictograma, como subrayando lo que decía—, pero cuando eso sobrepase el nivel medio del Mediterráneo en Alicante ya será otro cantar. Habrá que ir a por todas.
La metáfora pretendió aludir a que la situación exigía un sobre esfuerzo en la interpretación que sencillamente rechazamos por no sentirnos lo suficientemente preparados. Y al no estar el horno para bollos se conformó con dibujar en el vacío, con el dedo índice, el agujero de un donut, metáfora de la metáfora con la que dio por concluida la discusión.
Fragment del llibre
Guirigay del qué el cómo y el cuando del
diseño gráfico
Editorial Vuelta del ruiseñor
València, 2016
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Fragmento del libro
Guirigay del qué el cómo y el cuando del
diseño gráfico
Editorial Vuelta del ruiseñor
Valencia, 2016