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Prototipo de señalética
Museo Thyssen-Bornemisza
Madrid, 1992

No juzguéis y no seréis juzgados. Pese a tan plausible recomendación, el año de las olimpíadas barcelonesas, en Madrid (allí donde se han quedado definitivamente sin, a pesar de la inefable nice cup of coffe ofrecida por la alcaldesa Botella en plena ceremonia de presentación de candidaturas) el holandès Mr. Simon Levi, un judío miembro distinguido del Patronato de la Fundación Thyssen-Bornemisza, que había dirigido por un tiempo el muy prestigiado Rijksmuseum de Amsterdam, al ver el proyecto de senyalización que les presenté, no dudó en juzgar apenas verlo:
—Jamás he visto una solución tan simple y oportuna como esta. Por mí ¡adelante!
Aquel «¡adelante!» lo tomé como un boy scout, al pie de la letra, pero pese al entusiasmo sólo duró unos pocos años, al menos para mi gusto. Primero fue el cambio en la dirección, luego la muerte del barón, y al fin todo el programa se malbarató, probablemente sin querer.
Pero vayamos al grano. El argumento del diseño era muy elemental y consisía en aplicar la información señalética sobre telas de lino enmarcadas, exactamente igual a como se hace con los lienzos que se exponen al público, mimetizando el paisaje del lugar que señaliza. En cierto modo, y muy modestamente, las señales tienen vida propia, más allá de indicar lo que cada cual indica.
Había bastidores de todas las medidas, que llaman «universales»: desde el más pequeño del 0 figura (22 x 16 cm) para los números de las salas, hasta el más grande del 120 figura (195 x 130 cm) para los directorios de las plantas, observando meticulosamente las proporciones de los fabricantes de telas enmarcadas con bastidores de madera con cuñas, como los cuadros al óleo de los pintores de caballete del siglo XIX.