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Calendario de mesa
Muebles 114
Barcelona, 2006

A Josep Maria Tremoleda, empresario y diseñador de buena parte de los confortables ingenios y accesorios que mueblan nuestros hogares, le dio miedo editar ese año 2006 el calendario que habitualmente encargaba a un diseñador reconocido, con absoluta libertad de su parte. Pero le dio miedo, porque a su entender, éste rompía con todas las convenciones. Incluso las más sagradas. Eso no era un calendario sino una transgresión a las costumbres, y él se debía ante todo a sus clientes, la mayor parte, además, amigos.
Nada que objetar. Tenía sus razones y me pareció legítima su postura. Habría que esperar otra ocasión para publicar mi proyecto de enseñar a todo lector que los hábitos son más fuertes que los objetos, la forma más determinante que la función, el continente más potente que el contenido y la apariencia más rotunda que la realidad misma. En resumen, que si la composición de los números que suelen disponerse en una lámina de calendario convencional se mantiene, aunque los elementos cambien por completo (si en lugar de números, por ejemplo, hay letras), el imperativo de la memoria visual hace ver aquello como lo que no es, es decir, como un calendario normal y corriente.
Aparte de la lección que el juego visual llevaba implícita, a la hija del diseñador, Helena Tremoleda, le pareció digno de ampararla con su nombre y el prestigio que su calendario de mesa llevaba acumulando. Era una revolución tranquila y convenció en un momento a su padre. Y aquí está el ejercicio, y además por los siglos de los siglos, al entrar como entró en la rueda del tiempo.