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El diseño gráfico
Alianza Editorial
Madrid, 1988

Mi historia del diseño gráfico, como todas las que se han escrito —publicadas o no—, son historias formadas por aluviones, que es como se definen las cantidades agolpadas o las variaciones en el curso de los ríos. Alguien dijo saber algo, otro lo recordó más tarde a su manera, otro más lo transcribió como mejor supo y el último de la cadena lo publicó. Poco más o menos así se ha escrito la historia, y esas agrupaciones de información, a menudo caprichosas, han seguido cursos tortuosos que, por cierto, las redes digitales confunden más que aclaran al no estar avaladas por instituciones académicas solventes, sino colgadas por la simpática y divertida corriente popular, como jamás en la historia en forma de aluvión. Un olvido imperdonable que cometí en la primera edición, ignorando la inconmensurable vida y obra de un diseñador francés de «cien millones de cubiertas de libro» llamado Pierre Faucheaux, que por fortuna he podido reparar en esta segunda edición, bien podría ser la guía de los jóvenes de hoy. Faucheaux definía su trabajo como «el oficio de innovar», dejando dicho a las generaciones futuras que «miramos atrás para tomar el impulso necesario para proyectarnos al futuro desconocido e innovador». El interés por la historia parece haber decaído; no son más que bellas palabras que se lleva el viento, aunque se hayan fijado por escrito, pero es que los huracanes que nos azotan a diario mientras miramos divertidos la televisión, arrasan con todo lo que invite a meditar, reflexionar o simplemente a pensar.
Sin ánimo de ofender, con mover un solo dedo, hoy todo está dicho y hecho, sin tener que mirar atrás (¡qué fastidio!) ni hacia adelante (¡qué miedo!). Entretanto, la transfusión de conocimientos analógicos y lógicas digitales, no solo son incompatibles, sino que no son deseables, sobre todo por aburridas. Desde lo más remoto de la historia del diseño gráfico nos contempla el axioma, es decir, el principio o proporción o sentencia tan claro y evidente que no necesita demostración, que si alguien tuviese que elegir una profesión con pasado, presente y futuro, difícilmente le recomendaría el diseño gráfico. Y si lo aquí he escrito hubiera que publicarlo, volvería a usar esta divina cubierta que diseñó Daniel Gil en 1977.