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Cubierta de libro dedicado al
cincuentenario de Ediciones Alfaguara
Madrid, 2014

Aprovecho la edición del libro El oficio de editor para agradecerle públicamente a Jaime Salinas la confianza que depositó en mí al hacerme un encargo tan interesante como poner imagen a la editorial que iba a dirigir. Juan Cruz le define «exquisito, elegante y delicado», y con una persona así no había más que hablar, y menos si uno contaba con la confianza con que distinguía a los elegidos a acompañarle en su odisea editorial. Una compañera de viaje fue la novelista Rosa Regàs, entonces editora de su propia editorial, que le habló de mí en términos favorables. También contó la fama de «caro» que acarreaba a mi amigo y colega Alberto Corazón. Cuenta Jaime que pensó en él para las cubiertas de bolsillo de Alianza, aunque abandonó la idea porque «era muy caro». Por cierto, la misma etiqueta que me colgaron a mí en Barcelona, sambenito que sigue tan campante 40 años después. Quizá fue por eso, pero mientras Alberto trabajó a lo grande para editores de Barcelona (Ariel, Grijalbo o Crítica), que a lo mejor renunciaban a mí «por caro», a la recíproca yo trabajé para editores de Madrid (Alfaguara o Espasa Calpe), a los que era Alberto quien les parecería «caro». El modo en que me hice cargo del diseño de Alfaguara tiene, pues, su graciosa paradoja. El editor comprendió con naturalidad, no sé hasta que punto poética, que las imágenes hablan y que las letras son imágenes, y me dejó hacer a mi completo antojo los logos y maquetas de 14 colecciones (Literatura, Clásicos, Tesis, Nostromo, Infantil y Juvenil, Siglo XX, Hispánica o Nueva Ficción, Nostromo, Línea Abierta, 15/20 y una non nata en coedición con Einaudi) y luego varios centenares de cubiertas. No recuerdo una sola ocasión en que pusiera el más mínimo reparo a mis diseños. Como mucho, antes de elegir el rugoso papel para las cubiertas, que resultó emblemático, cuyo tacto tenía en muy alta consideración, realizó un test exhaustivo entre los escritores amigos que pasaban por su casa o la editorial, hasta que plenamente convencido dio el nihil obstat definitivo. Sin duda, de verla hoy con él, momentáneamente resucitada, celebraríamos que el diseño no sólo no ha envejecido, sino que en las mesas de novedades sigue siendo tan insólito como lo fue en su día, 37 años atrás. También veríamos que los sucesivos estilos del diseño editorial han ido por otras derivas, y por nuestra vía no se ha colado nadie, de modo que se mantiene virgen y mártir, eso si, condenada a muerte por las leyes del mercado. Una de dos, o hicimos un diseño tan malo que nadie se dignó imitar, o tan bueno que nadie se atreve con él, llegando a la excitante conclusión de que quizá haya que esperar otros 37 años para que «alguien que anda por ahí» mejore lo presente.